Wednesday, July 28, 2010

EEsto es tu vida. Esto te pertenece. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de otra cosa, ni de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de tus vacaciones, ni de tus proyectos. Has viajado y no has traído nada de tus viajes. Estás sentado y no quieres más que esperar, sólo esperar hasta que no haya nada que esperar: que llegue la noche, que suenen las horas, que los días pasen, que los recuerdos se borren. No vuelves a ver a tus amigos. No abres la puerta. No bajas a buscar el correo. No devuelves los libros que sacaste de la Biblioteca del Instituto Pedagógico. No escribes a tus padres. Sólo sales a la caída de la noche, como las ratas, los gatos, los monstruos. Deambulas por las calles, te deslizas dentro de los pequeños cines mugrientos de los Grands Boulevards. A veces caminas toda la noche, a veces duermes todo el día. Eres un ocioso, un sonámbulo, una ostra. Las definiciones varían según la hora, según el día, pero el sentido queda más o menos claro: te sientes poco preparado para vivir, para actuar, para crear; no quieres más que durar, no quieres más que la espera y el olvido.
GEORGES PEREC

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