Thursday, August 19, 2010

Por principio no tengo nada contra el fútbol. Debe haber cosas bellas en ese deporte: amigos cuyo criterio siempre respeto así me lo han asegurado y no acostumbro a dudar de su palabra. Creo recordar que en mi juventud me emocioné con los últimos minutos televisados de la final del campeonato del mundo entre Inglaterra y Alemania, pero es probable que mi anglofilia confundiese ese evento con la II Guerra Mundial. En cualquier caso, siempre he simpatizado más con la masa que ruge cuando el delantero avanza que con el exquisito que tuerce el gesto y recurre a la esencia de violetas para no olfatear la peste a sobaquina de los entusiastas. Y aún me fastidian más, con perdón del maestro Sánchez Ferlosio, los teóricos de la enemistad contra todo deporte competitivo, por embrutecedor, despersonalizador, fomentador de la emulación predatoria y qué sé yo. A mi juicio, quienes desdeñan la fascinación competitiva centrada en el reto muscular del aquí y ahora se pierden un dato esencial del código genético democrático. Pero no hay que ensañarse con tales intransigentes, porque su número se ha reducido prodigiosamente en los últimos tiempos. En especial la épica, la lírica y la geoestrategia del fútbol conforman ya un género literario políticamente correcto. Y a veces enigmático, como cuando Bruce Chatwin asegura que «los jugadores de fútbol no saben que también ellos son peregrinos; la pelota que patean simboliza un ave migratoria». Quizá por eso se coticen tanto ciertos traspasos…
FERNANDO SAVATER

No comments:

Post a Comment

Powered By Blogger