Monday, November 15, 2010

La Carretera de Cormac McCarthy

Libros que nos hacen reir a carcajadas en el metro, que nos hacen llorar en un café. Que nos aburren, que leemos sin entender, que abandonamos traicionando el acuerdo autor-lector, porque probablemente hemos dejado de creerle. Libros de tramas que olvidamos, de frases que recordaremos siempre, que releemos en la cotidianidad fuera de las letras.
Libros que nos afectan. Personajes que aparecen en sueños, finales que nos dejan perplejos.

La Carretera es una novela que terminé de leer el doce de noviembre del dos mil diez, a la una de la tarde en un café sonorizado por el nuevo álbum de Cee Lo Green. Un par de páginas antes de cerrar el libro los sonidos se extinguieron, los movimientos a mi alrededor no alcanzaban mi percepción. Miré un punto fijo donde refugiarme. Me detuve, se detuvo el mundo. Un momento por favor. Lloro un poco, me contengo. No puedo creerlo. No me puedo mover. Necesito un abrazo. No conozco a nadie. Me ofrecen más café, not yet. Me mira, se pregunta si estoy bien.
Tengo que salir. Necesito música tranquila para volver.

“Cuándo no tengas nada más, inventa ceremonias e infúndeles vida.”

El final da el justo valor a cada párrafo que le precede. Quizás, en el recorrido por la carretera podrían parecer demasiados. Por momentos también nos cansamos, como ellos, como el niño y el hombre que protagonizan una relación de padre e hijo en lo que parece ser el los últimos días sobre la tierra, los sobrevivientes al fin de la civilización.

El libro está logrado en sus mejores momentos por cuotas de terror que estremecen al lector. La cantidad de detalles delegados a la imaginación es la condición de posibilidad de la conmoción ante “el fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir”.

Es un libro importante para la narrativa estadounidense contemporánea, cuyas virtudes son las imágenes evocadas a través de la descripción de procesos elementales para la supervivencia cuando no queda nada más que una carretera que seguir. Los sutiles roces con la poesía de la naturaleza desahuciada. La inteligencia de un texto que juega con los sentimientos del lector sin manipularlos. La inagotable desesperanza.

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